Este artículo fue publicado originalmente en la revista Anthropologies.es (Julio 2014).
Cuando se habla de los papúes y su relación con los cerdos, casi siempre se nombra a los Tsembega y el análisis ecológico que hizo Roy Rappaport en Cerdos para los antepasados. Sin embargo, hoy traigo otro documento que, aunque no procede de un antropólogo, tiene también un gran valor.
Se trata de “21 años con los papúes”, del misionero André Dupeyrat. En el libro cuenta su experiencia en las tierras altas de Papúa-Nueva Guinea y aunque el tono y la forma de describir las costumbres de los nativos dista mucho de una etnografía por su paternalismo, falta de relativismo cultural y un gran etnocentrismo, no por ello se debe desechar la información que aparece en él.
En el libro cuenta entre otras la costumbres de los nativos de la cuenca del río Kunimaipa. Estos nativos, hasta entonces no contactados por colonias, antropólogos ni misiones practicaban el canibalismo. Sin embargo, esta práctica era parte de la vida social y formaba parte de la vida de los nativos hasta tal punto que el jefe de la tribu en la que se asienta el misionero le cuenta cómo pidió a un poblado amigo que mandase una comitiva para llevarse a sus padres cuando estos se habían hecho ya demasiado mayores. A mitad de camino en el bosque los mataron, se los llevaron al poblado, se los comieron en un banquete y les devolvieron los huesos limpios para poder guardarlos y venerarlos.
Un punto importante de esta forma de canibalismo es que está terminantemente prohibido comer a gente del propio poblado, y aquí es donde viene la relación con los cerdos que he venido a contar. Los cerdos en estos poblados son considerados parte de la familia, y como tal no se pueden comer los cerdos del propio poblado, sino que tienen que ser regalados a otro pueblo.
Rappaport ya describe que los cerdos entre los Tsembega forman también parte de la familia, comiendo en la misma mesa, recibiendo los mismos alimentos que cultiva y prepara la mujer para sus hijos… sin embargo, los nativos que describe en el libro van mucho más allá.
En uno de los capítulos detalla un rito de paso por la que pasa toda mujer en su primer parto. Cuando aparecen los primeros síntomas de parto se va junto con otras mujeres que ya han sido madres seguidas por las cerdas de estas y sus lechones. En el lecho de un riachuelo o sobre una piedra las otras mujeres empujan, insultan e incluso patean a la parturienta, con el fin de acelerar el proceso del parto. Cuando la mujer pare a su hijo el resto de madres se aparta, ya que es considerada impura. La recién madre debe cortar el cordón ella misma, hacer un hoyo, enterrar la placenta y lavar el lugar y a ella misma para borrar todo rastro del parto.
Tras esto, coge al niño que había dejado en la orilla y estrella su cabeza contra una roca. Entonces las cerdas de las otras mujeres corren a devorar al cuerpo del bebé muerto. La primera cerda que llega a comer es la seleccionada para coger de ella un cerdito (si el bebé era niño) o una cerdita (si era niña) que la madre adoptará a partir de ese momento dándole el pecho, masticando la comida y dándosela en la boca y criándolo como su propio hijo. De aquí en adelante, la mujer no volverá a matar a ninguno de los hijos que vuelva a concebir.
Este cerdo servirá cuando esté bien criado y cebado para honrar al pueblo en un festín, pero al ser de la familia, este festín se celebrará en otro poblado, como los padres del jefe de la tribu.
Dupeyrat, A. (1954). Veintiún años con los papúes. LaborCuando se habla de los papúes y su relación con los cerdos, casi siempre se nombra a los Tsembega y el análisis ecológico que hizo Roy Rappaport en Cerdos para los antepasados. Sin embargo, hoy traigo otro documento que, aunque no procede de un antropólogo, tiene también un gran valor.
Se trata de “21 años con los papúes”, del misionero André Dupeyrat. En el libro cuenta su experiencia en las tierras altas de Papúa-Nueva Guinea y aunque el tono y la forma de describir las costumbres de los nativos dista mucho de una etnografía por su paternalismo, falta de relativismo cultural y un gran etnocentrismo, no por ello se debe desechar la información que aparece en él.
En el libro cuenta entre otras la costumbres de los nativos de la cuenca del río Kunimaipa. Estos nativos, hasta entonces no contactados por colonias, antropólogos ni misiones practicaban el canibalismo. Sin embargo, esta práctica era parte de la vida social y formaba parte de la vida de los nativos hasta tal punto que el jefe de la tribu en la que se asienta el misionero le cuenta cómo pidió a un poblado amigo que mandase una comitiva para llevarse a sus padres cuando estos se habían hecho ya demasiado mayores. A mitad de camino en el bosque los mataron, se los llevaron al poblado, se los comieron en un banquete y les devolvieron los huesos limpios para poder guardarlos y venerarlos.
Un punto importante de esta forma de canibalismo es que está terminantemente prohibido comer a gente del propio poblado, y aquí es donde viene la relación con los cerdos que he venido a contar. Los cerdos en estos poblados son considerados parte de la familia, y como tal no se pueden comer los cerdos del propio poblado, sino que tienen que ser regalados a otro pueblo.
Rappaport ya describe que los cerdos entre los Tsembega forman también parte de la familia, comiendo en la misma mesa, recibiendo los mismos alimentos que cultiva y prepara la mujer para sus hijos… sin embargo, los nativos que describe en el libro van mucho más allá.
En uno de los capítulos detalla un rito de paso por la que pasa toda mujer en su primer parto. Cuando aparecen los primeros síntomas de parto se va junto con otras mujeres que ya han sido madres seguidas por las cerdas de estas y sus lechones. En el lecho de un riachuelo o sobre una piedra las otras mujeres empujan, insultan e incluso patean a la parturienta, con el fin de acelerar el proceso del parto. Cuando la mujer pare a su hijo el resto de madres se aparta, ya que es considerada impura. La recién madre debe cortar el cordón ella misma, hacer un hoyo, enterrar la placenta y lavar el lugar y a ella misma para borrar todo rastro del parto.
Tras esto, coge al niño que había dejado en la orilla y estrella su cabeza contra una roca. Entonces las cerdas de las otras mujeres corren a devorar al cuerpo del bebé muerto. La primera cerda que llega a comer es la seleccionada para coger de ella un cerdito (si el bebé era niño) o una cerdita (si era niña) que la madre adoptará a partir de ese momento dándole el pecho, masticando la comida y dándosela en la boca y criándolo como su propio hijo. De aquí en adelante, la mujer no volverá a matar a ninguno de los hijos que vuelva a concebir.
Este cerdo servirá cuando esté bien criado y cebado para honrar al pueblo en un festín, pero al ser de la familia, este festín se celebrará en otro poblado, como los padres del jefe de la tribu.
Rappaport, R. (1968). Pigs for the ancestors. New Haven: Yale University Press
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