Este artículo fue publicado originalmente en la revista Anthropologies.es (Julio 2014).
Resumen
Cada uno de nosotros tiene una imagen de sí mismos, sin embargo esta imagen tiende a ser estática, posiblemente debido a la continuidad, o mejor dicho a la ilusión de continuidad, de consciencia. Pensamos en nuestro cuerpo una máquina, como un armazón sobre el que nos movemos por la vida, una especie de robot controlado por la mente.
Sin embargo, tenemos la impresión de que ese armazón es más o menos siempre el mismo para nosotros. Sólo aquellas características más salientes para la sociedad en la que cada uno vivimos hacen que percibamos más aquellos cambios en el cuerpo que las afectan directamente, como puede ser la edad, el peso, el tono de piel, la musculatura, el pelo… y para todos esos cambios hemos inventado formas para poder controlarlos a nuestro gusto, tales como cremas anti-arrugas, dietas, productos light, cabinas de bronceado, cremas solares, gimnasios, peluquerías, pelucas…
Lo que propongo es un ejercicio de reflexión doble. En primer lugar voy intentar mostrar una imagen del cuerpo flexible, que cambia constantemente con la forma que tenemos de utilizarlo. En segundo lugar voy a intentar dar una visión más amplia de estos cambios, para lo cual ampliaré el concepto de “cuerpo”, para por una parte deshacerme de la dicotomía cuerpo-mente y por otra para englobar a la persona completa y poder tener una perspectiva completa de estos cambios.
Prácticas e in-corporación
En antropología hay un concepto muy interesante sobre el cual voy a ir dando vueltas: la in-corporación. Este fenómeno se da cuando una práctica pasa a formar parte de la persona que la realiza. Entendiendo por “práctica” cualquier uso cotidiano del cuerpo (o herramientas) siguiendo una técnica. Y por “técnica” sigo la definición de Mauss un acto eficaz tradicional [1], es decir, orientado a un fin y de origen social. Así escrito parece difícil encontrar ejemplos de prácticas in-corporadas, pero pensad por un momento el número interminable de cosas que hacéis a lo largo del día para lo que no tenéis que pararos a pensar pensar cómo se hace, sino que simplemente lo hacéis.
Conducir, hablar por el móvil, andar con zapatos de tacón, escribir en el ordenador, manejar el ratón, tocar un instrumento, escribir, jugar al fútbol, comer con cubiertos, ir en bicicleta, montar a caballo, lanzar una pelota… Todos estos ejemplos son prácticas que la primera vez que se realizan son complicadas, requieren una técnica, una atención, una coordinación que no tenemos, una práctica continua para poder desenvolvernos en ellas, hasta que un día de repente estamos haciendo todas estas cosas como si hubiésemos nacido ya sabiendo hacerlo, “de forma natural”. Cuando quiero ir con la bicicleta no tengo que pensar con qué pie tengo que pedalear ni cómo tengo que girar el manillar, simplemente lo hago. Todas estas prácticas han pasado a formar parte de uno mismo, a estar in-corporadas.
Cambios producidos por la in-corporación
El fenómeno de la incorporación no sólo implica facilidad para llevar a cabo las acciones, sino que para poder realizarlas la persona en sí misma cambia. Los cambios más observables son los cambios que se producen en el aparato locomotor (músculos y esqueleto). Estos cambios se deben a que estas prácticas suelen ser continuas en el tiempo y los efectos pueden ser callos o marcas de desgaste en la piel, desgaste o protuberancias en huesos, desarrollo más marcado de músculos que entran en acción durante esa práctica, posturas corporales…
Estos cambios físicos hacen que la in-corporación sea uno de los puentes que unen la antropología social y la forense, ya que los forenses pueden buscar lo que se han denominado “marcadores de estrés ocupacional” en los huesos para determinar a partir de ellos las prácticas que llevaban a cabo los sujetos que están estudiando [2]. Estos marcadores pueden ser de varios tipos, como desgaste de huesos por peso o presión, pero los mejor estudiados y documentados son los cambios en los huesos que se producen en los puntos de anclaje con los músculos y tendones. Estos indican qué músculos y con qué fuerza han tenido un efecto mayor sobre el hueso comparándolo con el desarrollo del mismo hueso en otras personas.
Un ejemplo interesante fue hace poco el estudio de los marcadores ocupacionales que mostraban un desarrollo mayor en los brazos derechos de esqueletos neandertales [3]. Hasta este estudio se pensaba que era por la forma en la que sostenían y atacaban con la lanza a grandes animales. Sin embargo, el estudio con el uso de electrodos en humanos vivos, consigue reproducir los movimientos que podrían haber producido esos marcadores en los huesos, llegando a la conclusión de que no puede tratarse del uso que se pensaba de las lanzas por los músculos que entran en juego, sino que proponen una actividad continuada de rascado, como el que se realiza para limpiar las pieles para curtirlas, entre 6 y 8 horas por piel según las etnografías actuales.
Si esto se confirmase, sería uno de los ejemplos más interesantes de in-corporación de una práctica cultural, por la antigüedad que tiene y porque sería una prueba inequívoca de cultura en los neandertales con todo lo que ello implica sobre el uso del lenguaje (tema polémico donde los haya), ya que requiere transmisión cultural de la técnica, periodos largos de aprendizaje, división del proceso en sub-tareas, planificación a largo plazo, etc. esto daría para otro artículo.
¿Cuerpo vs mente?
Sin embargo, aunque los cambios más visibles sean los del sistema locomotor, no son los únicos. Uno de los errores que más cometemos en la sociedad occidental es pensar que cuerpo y mente son dos cosas diferentes. Distinciones que podemos escuchar todos los días como “esfuerzo físico vs mental”, “enfermedades del cuerpo vs de la mente”, “el poder de la mente sobre el cuerpo”… refuerzan ese esquema cultural del ser humano que tenemos.
Sin embargo, la distinción entre cuerpo y mente para los antropólogos no está tan clara y propuestas como la de la in-corporación pretenden entender la persona como un todo. Si por mente entendemos el cerebro, éste es un órgano más del cuerpo, con su plasticidad, sus estructuras, conexiones, necesidades de oxígeno, niveles de hormonas y neurotransmisores, tolerancias a drogas… y estas también se modifican cuando se in-corpora una práctica.
Pensemos por ejemplo en cómo afecta fumar varios cigarrillos al día a los receptores de la dopamina y lo que cuesta dejar de fumar. La gente que lo intenta informa de náuseas, mareos, irritabilidad, apetito, dolores de cabeza… ¿Puede esto considerarse sólo “de la mente”?
Lo mismo se podría hablar de los receptores de glutamato y la dopamina que libera la cafeína [4] a la que nos hemos acostumbrado la mayoría gracias a los cafés que tomamos todos los días y el día que no lo hacemos vamos tirados por los rincones. Estos dos son ejemplos de prácticas incorporadas que llegan a formar parte del cuerpo de manera menos visible exteriormente, pero no por ello menos real o efectiva.
Uno de las aportaciones a esta visión de la persona como un todo viene de Bourdieu que hablaba del habitus como una práctica incorporada que creaba a su vez estructuras de percepción y acción. Esto quiere decir, que las prácticas que in-corporamos condicionan a partir de ese momento, tanto nuestra percepción como nuestras decisiones y acciones.
¿Funciona igual el cerebro de un pianista profesional que el vuestro a la hora de escuchar una canción que conocéis? No [5]. Cuando un músico escucha una pieza que conoce o ve a alguien interpretarla, en su cerebro se activan las mismas áreas motoras que se activan cuando interpreta esa canción. Es un ejemplo de cómo una práctica como puede ser tocar un instrumento moldea y cambia drásticamente la experiencia de ver o escuchar a otro músico.
En su forma más extrema, podemos hablar de experiencias que quedan incorporadas a la persona. Entre ellas podemos hablar de los traumas, pero también del efecto de las experiencias adversas durante los primeros años de vida [6].
Conclusión
Con todo esto me gustaría haber conseguido exponer las dos ideas principales que presentaba al comienzo. La primera es romper con la imagen estática del cuerpo y poder verlo con toda su plasticidad, donde las prácticas más comunes lo modifican, crean estructuras en él, quedando grabadas sobre y bajo la piel en múltiples sentidos, y cómo estas modificaciones no sólo quedan como algo pasivo, sino que cambian cómo reaccionamos y vemos el mundo a partir de ese momento.
La segunda es la ruptura de la dicotomía cuerpo-mente y comenzar a ver a la persona como un todo y a entender el efecto de las prácticas en el cuerpo como un todo interrelacionado, donde una modificación en una de sus partes genera efectos en otras de muy diversos tipos.
Bibliografía
Nota: Para la documentación de este artículo se han utilizado sólo artículos accesibles de forma gratuita en internet para facilitar el acceso a la misma a todo el que lo desee:
Resumen
Cada uno de nosotros tiene una imagen de sí mismos, sin embargo esta imagen tiende a ser estática, posiblemente debido a la continuidad, o mejor dicho a la ilusión de continuidad, de consciencia. Pensamos en nuestro cuerpo una máquina, como un armazón sobre el que nos movemos por la vida, una especie de robot controlado por la mente.
Sin embargo, tenemos la impresión de que ese armazón es más o menos siempre el mismo para nosotros. Sólo aquellas características más salientes para la sociedad en la que cada uno vivimos hacen que percibamos más aquellos cambios en el cuerpo que las afectan directamente, como puede ser la edad, el peso, el tono de piel, la musculatura, el pelo… y para todos esos cambios hemos inventado formas para poder controlarlos a nuestro gusto, tales como cremas anti-arrugas, dietas, productos light, cabinas de bronceado, cremas solares, gimnasios, peluquerías, pelucas…
Lo que propongo es un ejercicio de reflexión doble. En primer lugar voy intentar mostrar una imagen del cuerpo flexible, que cambia constantemente con la forma que tenemos de utilizarlo. En segundo lugar voy a intentar dar una visión más amplia de estos cambios, para lo cual ampliaré el concepto de “cuerpo”, para por una parte deshacerme de la dicotomía cuerpo-mente y por otra para englobar a la persona completa y poder tener una perspectiva completa de estos cambios.
Prácticas e in-corporación
En antropología hay un concepto muy interesante sobre el cual voy a ir dando vueltas: la in-corporación. Este fenómeno se da cuando una práctica pasa a formar parte de la persona que la realiza. Entendiendo por “práctica” cualquier uso cotidiano del cuerpo (o herramientas) siguiendo una técnica. Y por “técnica” sigo la definición de Mauss un acto eficaz tradicional [1], es decir, orientado a un fin y de origen social. Así escrito parece difícil encontrar ejemplos de prácticas in-corporadas, pero pensad por un momento el número interminable de cosas que hacéis a lo largo del día para lo que no tenéis que pararos a pensar pensar cómo se hace, sino que simplemente lo hacéis.
Conducir, hablar por el móvil, andar con zapatos de tacón, escribir en el ordenador, manejar el ratón, tocar un instrumento, escribir, jugar al fútbol, comer con cubiertos, ir en bicicleta, montar a caballo, lanzar una pelota… Todos estos ejemplos son prácticas que la primera vez que se realizan son complicadas, requieren una técnica, una atención, una coordinación que no tenemos, una práctica continua para poder desenvolvernos en ellas, hasta que un día de repente estamos haciendo todas estas cosas como si hubiésemos nacido ya sabiendo hacerlo, “de forma natural”. Cuando quiero ir con la bicicleta no tengo que pensar con qué pie tengo que pedalear ni cómo tengo que girar el manillar, simplemente lo hago. Todas estas prácticas han pasado a formar parte de uno mismo, a estar in-corporadas.
Cambios producidos por la in-corporación
El fenómeno de la incorporación no sólo implica facilidad para llevar a cabo las acciones, sino que para poder realizarlas la persona en sí misma cambia. Los cambios más observables son los cambios que se producen en el aparato locomotor (músculos y esqueleto). Estos cambios se deben a que estas prácticas suelen ser continuas en el tiempo y los efectos pueden ser callos o marcas de desgaste en la piel, desgaste o protuberancias en huesos, desarrollo más marcado de músculos que entran en acción durante esa práctica, posturas corporales…
Estos cambios físicos hacen que la in-corporación sea uno de los puentes que unen la antropología social y la forense, ya que los forenses pueden buscar lo que se han denominado “marcadores de estrés ocupacional” en los huesos para determinar a partir de ellos las prácticas que llevaban a cabo los sujetos que están estudiando [2]. Estos marcadores pueden ser de varios tipos, como desgaste de huesos por peso o presión, pero los mejor estudiados y documentados son los cambios en los huesos que se producen en los puntos de anclaje con los músculos y tendones. Estos indican qué músculos y con qué fuerza han tenido un efecto mayor sobre el hueso comparándolo con el desarrollo del mismo hueso en otras personas.
Un ejemplo interesante fue hace poco el estudio de los marcadores ocupacionales que mostraban un desarrollo mayor en los brazos derechos de esqueletos neandertales [3]. Hasta este estudio se pensaba que era por la forma en la que sostenían y atacaban con la lanza a grandes animales. Sin embargo, el estudio con el uso de electrodos en humanos vivos, consigue reproducir los movimientos que podrían haber producido esos marcadores en los huesos, llegando a la conclusión de que no puede tratarse del uso que se pensaba de las lanzas por los músculos que entran en juego, sino que proponen una actividad continuada de rascado, como el que se realiza para limpiar las pieles para curtirlas, entre 6 y 8 horas por piel según las etnografías actuales.
Si esto se confirmase, sería uno de los ejemplos más interesantes de in-corporación de una práctica cultural, por la antigüedad que tiene y porque sería una prueba inequívoca de cultura en los neandertales con todo lo que ello implica sobre el uso del lenguaje (tema polémico donde los haya), ya que requiere transmisión cultural de la técnica, periodos largos de aprendizaje, división del proceso en sub-tareas, planificación a largo plazo, etc. esto daría para otro artículo.
¿Cuerpo vs mente?
Sin embargo, aunque los cambios más visibles sean los del sistema locomotor, no son los únicos. Uno de los errores que más cometemos en la sociedad occidental es pensar que cuerpo y mente son dos cosas diferentes. Distinciones que podemos escuchar todos los días como “esfuerzo físico vs mental”, “enfermedades del cuerpo vs de la mente”, “el poder de la mente sobre el cuerpo”… refuerzan ese esquema cultural del ser humano que tenemos.
Sin embargo, la distinción entre cuerpo y mente para los antropólogos no está tan clara y propuestas como la de la in-corporación pretenden entender la persona como un todo. Si por mente entendemos el cerebro, éste es un órgano más del cuerpo, con su plasticidad, sus estructuras, conexiones, necesidades de oxígeno, niveles de hormonas y neurotransmisores, tolerancias a drogas… y estas también se modifican cuando se in-corpora una práctica.
Pensemos por ejemplo en cómo afecta fumar varios cigarrillos al día a los receptores de la dopamina y lo que cuesta dejar de fumar. La gente que lo intenta informa de náuseas, mareos, irritabilidad, apetito, dolores de cabeza… ¿Puede esto considerarse sólo “de la mente”?
Lo mismo se podría hablar de los receptores de glutamato y la dopamina que libera la cafeína [4] a la que nos hemos acostumbrado la mayoría gracias a los cafés que tomamos todos los días y el día que no lo hacemos vamos tirados por los rincones. Estos dos son ejemplos de prácticas incorporadas que llegan a formar parte del cuerpo de manera menos visible exteriormente, pero no por ello menos real o efectiva.
Uno de las aportaciones a esta visión de la persona como un todo viene de Bourdieu que hablaba del habitus como una práctica incorporada que creaba a su vez estructuras de percepción y acción. Esto quiere decir, que las prácticas que in-corporamos condicionan a partir de ese momento, tanto nuestra percepción como nuestras decisiones y acciones.
¿Funciona igual el cerebro de un pianista profesional que el vuestro a la hora de escuchar una canción que conocéis? No [5]. Cuando un músico escucha una pieza que conoce o ve a alguien interpretarla, en su cerebro se activan las mismas áreas motoras que se activan cuando interpreta esa canción. Es un ejemplo de cómo una práctica como puede ser tocar un instrumento moldea y cambia drásticamente la experiencia de ver o escuchar a otro músico.
En su forma más extrema, podemos hablar de experiencias que quedan incorporadas a la persona. Entre ellas podemos hablar de los traumas, pero también del efecto de las experiencias adversas durante los primeros años de vida [6].
Conclusión
Con todo esto me gustaría haber conseguido exponer las dos ideas principales que presentaba al comienzo. La primera es romper con la imagen estática del cuerpo y poder verlo con toda su plasticidad, donde las prácticas más comunes lo modifican, crean estructuras en él, quedando grabadas sobre y bajo la piel en múltiples sentidos, y cómo estas modificaciones no sólo quedan como algo pasivo, sino que cambian cómo reaccionamos y vemos el mundo a partir de ese momento.
La segunda es la ruptura de la dicotomía cuerpo-mente y comenzar a ver a la persona como un todo y a entender el efecto de las prácticas en el cuerpo como un todo interrelacionado, donde una modificación en una de sus partes genera efectos en otras de muy diversos tipos.
Bibliografía
Nota: Para la documentación de este artículo se han utilizado sólo artículos accesibles de forma gratuita en internet para facilitar el acceso a la misma a todo el que lo desee:
- Mauss, M. (1973). Techniques of the body∗. Economy and society, 2(1), 70-88.
- Santos, A. L., Alves-Cardoso, F., Assis, S., & Villotte, S. (2011). The Coimbra workshop in musculoskeletal stress markers (MSM): an annotated review.
- Shaw, C. N., Hofmann, C. L., Petraglia, M. D., Stock, J. T., & Gottschall, J. S. (2012). Neandertal humeri may reflect adaptation to scraping tasks, but not spear thrusting. PloS one, 7(7), e40349.
- Solinas, M., Ferré, S., You, Z. B., Karcz-Kubicha, M., Popoli, P., & Goldberg, S. R. (2002). Caffeine induces dopamine and glutamate release in the shell of the nucleus accumbens. The Journal of neuroscience, 22(15), 6321-6324.
- Zatorre, R. J., Chen, J. L., & Penhune, V. B. (2007). When the brain plays music: auditory–motor interactions in music perception and production. Nature Reviews Neuroscience, 8(7), 547-558.
- Hostinar, C. E., Stellern, S. A., Schaefer, C., Carlson, S. M., & Gunnar, M. R. (2012). Associations between early life adversity and executive function in children adopted internationally from orphanages. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(Supplement 2), 17208-17212.
He descubierto hoy tu blog, interesante contenido y educativo. Quiero agregarte a mi lector RSS pero veo que no publicas nada mas desde el 2014. Te animo a continuar.
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